Fuente: Gender at Work

[Este blog es parte de una serie, Walking the Talk: Think Tanks and Gender (Viviendo lo que predicas: los Think Tanks y el género), que describe historias de los éxitos y desafíos que los think tanks con apoyo de la ITT han enfrentado para abordar la desigualdad de género. Esta serie está editada por los asociados de Gender at Work, Carol Miller, David Kelleher y Aayushi Aggarwal y Shannon Sutton del IDRC.]

Fue alrededor de mi cuarta taza de café el segundo día cuando finalmente pensé: "Bueno, creo que esto va a funcionar".

Investigadores, académicos, administradores sin fines de lucro y guerreros en las primeras líneas del trabajo sobre equidad de género: tal vez puedan escribir narraciones personales y reflexivas poderosas. Incluso sin mucha capacitación previa escribiendo en esta forma.

Pero al comienzo no estaba tan seguro.

Soy un profesor de escritura creativa, un periodista y un autor. Estoy acostumbrado a enseñarle a estudiantes que están interesados en escribir novelas, memorias, ensayos personales y artículos de opinión de actualidad. Aquellos con aspiraciones de ser escritores con la “E” mayúscula.

Así que cuando Gender at Work y la Iniciativa Think Tank (ITT) del Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo (IDRC, por sus siglas en inglés) de Canadá me pidió participar en el Proyecto de Aprendizaje de Acción de Género de la ITT “Taller de Escritura” en Guatemala este marzo, era algo escéptico.

El objetivo era instruir a los representantes de los think tanks de todo el mundo (Bangladesh, El Salvador, Ghana, Guatemala y Nigeria) en el arte de la escritura reflexiva. Los líderes del equipo y los co-facilitadores me dieron mucha libertad para elegir lecturas inspiradoras y ejercicios de escritura.

Pero estaba preocupado. ¿Estarían estos profesionales estimados y expertos incluso remotamente interesados en lo que tenía que decir?

Si les pedía a los participantes que escribieran sobre experiencias a veces arriesgadas e íntimas de su vida personal y laboral, ¿cómo reaccionarían? ¿Iba yo a lograr que este abigarrado equipo escriba fuera de su zona de confort?

¿Alguno de mis métodos de enseñanza que he intentado perfeccionar durante los últimos 20 años tendría sentido para esta audiencia y cruzaría la brecha de género, raza y origen nacional? ¿Mi estilo cómico y despreocupado inspiraría un festival de amor hacia la narración creativa, o un motín y una rebelión absoluta?

Resulta ser que no debería haber sido tan dudoso.

En las primeras horas de los ejercicios en clase, comencé a ver la magia florecer alrededor de nuestra mesa de seminarios en forma de U con vista al frondoso patio del Hilton Garden Inn. Alimentados por abundantes delicias culinarias guatemaltecas, representantes de la Asociación de Investigación y Estudios Sociales (ASIES), el BRAC Institute of Governance and Development (BIGD), la Fundación Salvadoreña para el Desarrollo Económico y Social (FUSADES), el Instituto de Investigación Estadística, Social y Económica ISSER) y el Centro para el Desarrollo de la Población y el Medio Ambiente (CPED), sin mencionar a nuestros facilitadores de Gender at Work y el IDRC, todos comenzaron a escribir. Lo que surgió en las páginas de sus cuadernos y en las pantallas de sus ordenadores me asombró.

Uno por uno, los escritores comenzaron a crear narrativas conmovedoras y poderosas de sus propias experiencias formativas con roles de género y normas de género. Las circunstancias eran variadas: algunos escribían sobre su crianza, los primeros años escolares u otras experiencias tempranas; Otros sobre la universidad o sus primeros trabajos. Los participantes leyeron valientemente sus historias en voz alta a sus colegas: recuerdos conmovedores, inspiradores, dramáticos y, a veces, traumáticos de sus familias y padres, conflictos en el lugar de trabajo, momentos de vulnerabilidad y triunfo.

Para el segundo y tercer día de la redacción, los participantes, desde mi perspectiva, capturaban con entusiasmo, en forma narrativa, los momentos en la intersección de género con sus propias vidas laborales. Lo que emergió fueron relatos, en sus propias voces, de experiencias transformadoras: de momentos en que se cuestionaron los supuestos sobre el género; cuando inesperadas epifanías surgieron de su investigación; cuando los intentos de lograr que los jefes y colegas compraran iniciativas para el cambio organizacional funcionaron, o no, y por qué.

Se hicieron preguntas. Se buscaron respuestas. Se reflexionó sobre reflexiones. Se hizo sentido.

Todo en un esfuerzo para, no solo transmitir la sabiduría de lo que aprendieron, sino también para hacer avanzar la aguja hacia una mayor comprensión de las brechas de género y la conciencia de género en nuestro mundo grande, malo y desordenado.

Dejé nuestros cuatro días juntos en la Ciudad de Guatemala sintiéndome con energía e inspirado por lo que un grupo de personas comprometidas, de mente abierta y de corazón abierto de los cuatro rincones del mundo pueden lograr en tan poco tiempo.

Al finalizar el tiempo que pasamos juntos, estaba convencido de una cosa: que el poder de contar historias es universal, y que el arte y el oficio de contar historias se pueden enseñar.

Espero que disfruten de las voces y perspectivas diversas de esta serie. Estoy encantado y orgulloso de haber sido parte de la experiencia.

Nota: Las opiniones expresadas en este artículo son de la autora y no reflejan necesariamente las opiniones de Gender Work o de la Iniciativa Think Tank de IDRC.